domingo, 13 de septiembre de 2009

El ocaso de una ilusión

En su más reciente obra editada en Francia por LAFFONT y CALMANN LEVY, el reconocido historiador analiza a la luz de los sucesos que comenzaron en 1914 y concluyeron en 1989.

Por Francois Furet

A los más cincuenta años del fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945-1995- 2005) estos párrafos extraídos del capítulo IV demuestran que la interpretación del nacionalismo como del comunismo no ha terminado.

El bolchevismo y el fascismo, en cuanto grandes pasiones colectivas, lograron encarnarse en personajes desgraciadamente excepcionales: es la otra cara de la historia del siglo XX, y lo que ésta tuvo de accidental que se unió a lo ya tenía de antemano de revolucionaria.
“La Alemania de HITLER y la Rusia de STALIN son universos diferentes. Y la Alemania nazi es menos totalitaria en 1937 que en 1942, cuando el terror estaliniano está en su plenitud y más después de la guerra que antes de ella. Pero esto no impide que los regímenes, y sólo ellos, tengan en común el haber llevado a cabo la destrucción del orden civil por la sumisión absoluta de los individuos a la ideología y al terror del Partido-Estado”.
En su más reciente obra editada en Francia por LAFFONT y CALMAN LEVY (empresa judía), el reconocido historiador analiza el siglo XX a la luz de los sucesos
Que comenzaron en 1914 y concluyeron en 1989.
A 50 AÑOS DEL FIN DE LA Segunda Guerra Mundial estos párrafos extraídos del capítulo IV demuestran que la interpretación del nacional-socialismo COMO DEL COMUNISMO NO HA TERMINADO.
Un rasgo distingue las tres grandes dictaduras de la época: su destino estuvo sujeto a la voluntad de un solo hombre. Obsesionada por una historia abstracta de las clases, nuestra época hizo todo lo posible por oscurecer esta verdad elemental. ¡Tenía demasiado afán por ver a la clase obrera detrás de LENIN y a los dictadores fascistas como marionetas del capital! No terminaríamos de contar los autores que hicieron uso, con motivos perversos o candorosos de que se llama en inglés double standard, aceptando a medias la idea de que sí mismos se hacían los bolcheviques, y sometiendo por el contrario a los fascistas a una interpretación que no guardaba ninguna relación con lo que ellos declaraban.


Esta versión docta del antifascismo tiene la ventaja de separar la buen semilla de la cizaña en el tamiz de la lucha de clases, y de volver a encontrar en la oscuridad del siglo el hilo providenciadle la necesidad. El problema es que no explica en absoluto el papel espectacular de ciertos hombres en cada aventura trágica. Suprimamos al personaje LENIN de la historia y no habrá un octubre de 1917. Saquemos del medio a MUSSOLINI y la Italia de postguerra seguirá otro camino. En cuanto a HITLER, aunque es cierto que al igual que MUSSOLINI llega al poder en parte gracias al consentimiento resignado de la derecha alemana, no pierde por ello su autonomía desastrosa: él va a llevar a cabo el programa de MEIN KAMP que no le pertenece sino a él.
En realidad, los tres hombres conquistaron el poder quebrantando regímenes débiles con la fuerza superior de su voluntad, enteramente dedicada, con una obstinación inaudita, hacia ese único fin. Y lo mismo se puede decir del cuarto, STALIN: ¡Sin él, no existiría el socialismo en un solo país! ¡Ni, tampoco, por definición, el stalinismo! Creo que no hay ningún precedente histórico de semejante concentración de voluntades políticas monstruosas en un espacio tan restringido y en la misma época. Cada una ellas usa para vencer, naturalmente, circunstancias particulares, pero todas tienen en común el triunfar sobre adversarios ya vencidos o que consienten a medias. LENIN no conquista el poder sino más bien lo recoge, MUSSOLINI hace entrar a sus camisas negras en una Roma que les ha sido abierta, HITLER es llamado por HINDENBURG; en cuanto a STALIN, los adversarios que debe derrotar para reinar han aceptado de antemano las reglas del juego que los condenan a la derrota.
Sin embargo, una vez que son dueños del poder, todos los ejercen, con mayor o menor rapidez, de una manera AUTOCRÁTICO. Sólo LENIN lo ha tomado de acuerdo al esquema revolucionario clásico, pero todos lo utilizan para llevar a cabo su concepto del hombre nuevo, más fieles a sus ideas locas que al apoyo de las circunstancias. Su voluntad de dominio crece y se emborracha con los éxitos logrados. De esta manera no tiene gran sentido gran sentido querer relacionar su actuación con intereses, medios o clases sociales. Desde el Kronstadt, al menos, la dictadura del proletariado de acuerdo a LENIN, no tiene gran cosa que ver con la clase obrera, por no hablar de lo que seguirá más adelante. Tampoco el genocidio judío está dentro del programa del capital alemán.
No hay nada más incompatible con una explicación de tipo marxista, incluyendo lo que ella involucra, en otros casos, de cierto, que las dictaduras inéditas del siglo XX. El misterio de estos de estos regímenes no puede ser esclarecido por su subordinación a los intereses sociales, ya que depende precisamente de un carácter a la inversa: a su atroz independencia en relación a aquellos intereses sean burgueses o proletariados. Por una ironía de la historia, el materialismo histórico logra su mayor campo de influencia en el siglo en el cual su capacidad de explicación se ve más reducida.
El camino menos difícil para entrar en el problema tan complejo de las relaciones entre el comunismo y el fascismo sigue siendo el de tomar la vida clásica del historiador: el inventario de las ideas, de las voluntades y de las circunstancias. El problema puede dividirse en dos grandes actos que forman dos épocas: LENIN y MUSSOLINI por un lado, STALIN y HITLER por el otro.

LOS DOS REGÍMENES, Y SÓLO ELLOS, TENGAN EN COMÚN EL HABER LLEVADO AL CABO LA DESTRUCCIÓN DEL ORDEN CIVIL POR LA SUMISIÓN ABSOLUTA DE LOS INDIVIDUOS A LA IDEOLOGÍA Y AL TERROR DEL PARTIDO-ESTADO.


STALIN y HITLER

En el momento en el que STALIN llega definitivamente al poder, HITLER se apodera de Alemania. En el libro de las relaciones entre el comunismo y el fascismo, los dos grandes monstruos del siglo son quienes aportan la materia principal.
Para comprenderlo se puede partir por una constatación que se ha convertido en un clásico: el bolchevismo estalinizado y el nacional-socialismo constituyen los dos ejemplos de regímenes totalitarios del siglo XX. No son comparables, sino que forman de alguna manera entre los dos una categoría política que se ha ganado su derecho de ciudadanía a partir de HANNAH ARENDT. Sé que la aceptación no es universal, pero no veo que se haya propuesto un concepto más operante para definir a regímenes en los que una sociedad atomizada, constituida por individuos sistemáticamente privados de lazos políticos, se haya visto sometida al poder total de un partido ideológico y de su jefe. Como se trata de u ideal-tipo, la idea no significa que estos regímenes hayan sido idénticos o incluso comparables bajo todos los aspectos; tampoco indica que el rasgo a considerar sea igualmente acentuado a todo lo largo de su historia. La Alemania de HITLER y la Rusia de STALIN son universos diferentes. Y la Alemania nazi es menos totalitaria en 1937 que en 1942, cuando el terror estaliniano está en su plenitud y más después de la guerra que antes de ella. Pero esto no impide que los dos regímenes, y sólo ellos, tengan en común el haber llevado a cabo la destrucción del orden civil por la sumisión absoluta de los individuos a la ideología y al terror del Partido-Estado. En ambos casos, y solamente en ellos, la mitología de la unidad del pueblo en y por el Partido-Estado, bajo la conducción del guía infalible, causa millones de víctimas y preside a un desastre tan completo que destruye la historia de las dos naciones, la alemana y la rusa, al punto de hacer casi impensable su continuidad. HITLER y STALIN subieron tan alto en la escala del mal que su misterio le resiste al pobre repertorio del azar de la historia. Ninguna configuración de causas y consecuencias parece de peso suficiente como para explicar catástrofes de tal dimensión. Se puede intentar al menos discernir lo que es inteligible.
Es cierto que el parentesco de los dos regímenes bajo el ángulo totalitario DESMIENTE la aparente simplicidad del contraste de acuerdo a la ideología. La Alemania nazi pertenece a la familia de los regímenes fascistas y la Rusia de STALIN a la tradición bolchevique. HITLER imitó a MUSSOLINI, mientras que STALIN siguió a LENIN. Esta clasificación extrae su fuerza de la historia de las ideas o de las instituciones, ya que distingue dos ambiciones revolucionarias, una basada en lo particular, la nación o la raza, si la emancipación del proletariado supone la de toda la humanidad. Esta oposición clásica, término por término, entre las dos ideologías, no impide que tanto una como la otra constituyan sistemas cerrados de interpretación inmanente de la historia humana, destinadas a ofrecer a cada uno algo como una salvación, frente a las miserias del egoísmo burgués. Pero, si su parentesco fue el secreto de su complicidad, su antagonismo le dio todo el brillo a su enfrentamiento. L Segunda Guerra Mundial, después de haber mostrado su complicidad, que fue el teatro de su enfrentamiento, de la cual finalmente recibió su sentido.

COMPARACIONES

Sin embargo, el antifascismo no da más que una versión polémica de la historia del siglo. Impide la comparación entre regímenes comunistas y fascistas desde el punto de vista de la democracia liberal. Para ser más precisos, tiende a impedir a la vez la comparación entre HITLER y STALIN y la distinción entre HITLER y MUSSOLINI. Pues, por una parte, los dos regímenes hitleriano y estaliniano son los dos únicos regímenes verdaderamente orwellianos del siglo, y por el otro, el fascismo italiano tampoco pertenece, bajo ese aspecto, a la misma categoría que el nazismo: no tiene su capacidad totalitaria, no destruye al Estado, lo dirige; en fin, no fabrica, ni mucho menos, un desastre nacional del mismo orden. Uno se puede preguntar por lo demás si la diferencia no está también en el registro de ideas y las intenciones: pues si MUSSOLINI y HITLER pueden reclamar, en parte al menos, las mismas ideas, si HITLER escribió la palabra raza a la cabeza su credo mientras MUSSOLINI no es esencialmente racista. Incluso después de su unión reacia y tardía con el racismo hitleriano, la persecución antisemita en Italia no es comparable ni en escala ni en naturaleza a los crímenes de HITLER.

Como revancha, el capítulo de las ideas, incluso la oposición fascismo-comunismo no es tan clara como a menudo se la considera, por reticente que sea a entrar en la articulación de estas ideas con los regímenes particulares que las reclaman. Con LENIN y MUSSOLONI, el enfrentamiento entre clase y nación, que suena como un incremento de las ideologías políticas de fin de siglo, es menos radical que lo que aparenta ser, ya que los dos hombres vienen de la tradición revolucionaria socialista, y que MUSSOLINI no abdicará la pretensión del fascismo italiano al universalismo. HITLER se instalará, solo, con cinismo en el culto de lo particular, en nombre de la raza superior. En cuanto al bolchevismo, la victoria de los hombres del socialismo en un solo país le da al movimiento una derivación nacional, por no decir nacionalista, que se encarna en STALIN y se afirmará durante el curso de los años: la emancipación del proletariado internacional necesita como algo previo la victoria de Rusia. La Unión Soviética es inseparable de una ambición universalista, pero el instrumento de esta ambición está claramente separado de su fin. Lo que, después de todo, no es tan diferente de lo que dicen los idealistas del fascismo italiano.

A todas las razones para hacer a la relación entre comunismo estaliniano y nacional-socialismo alemán una especie particular dentro de la historia, hay que agregar la consideración de los conjuntos, su vecindad, su dimensión y potencia; y tener en cuenta la prioridad que no dejó de tener la cuestión alemana en el espíritu de los bolcheviques, como asimismo el privilegio de desprecio demostrado en Mein Kampf con respecto a Rusia y a los eslavos en general. Aunque situados en los dos extremos del paisaje ideológico europeo, STALIN y HITLER tienen en común pasiones monstruosas y un mismo adversario. No intentará bosquejar aquí retratos, ya que acaban de ser pintados de lleno: un gran historiador inglés acaba de escribir sus vidas paralelas (ALLAN BULLOCK, HITLER and STALIN: Parallel lives), como un PLUTARCO vuelto a la grandeza del mal, siendo de tal manera evidente de estas dos biografías enlazadas contienen por excelencia el horror del siglo.
Esta historia tiene un prehistoria, con una mala partida, como ya lo hemos visto: los bolcheviques no dejaron de buscar complicidades con Alemania sin encontrar más que fracasos. Vieron en ella la condición y garantía de la revolución proletaria en Europa y encontraron en ella el desmentido radical de sus previsiones y esperanzas. Fueron engañados a un tiempo por su ideología y su experiencia, El derrotismo revolucionario que había profetizado por LENIN, junto a la dispersión del ejército del Zar, los habían llevado al poder. Pero esta receta no funcionó en Alemania. La derrota militar trastorna el régimen político, pero tampoco lleva al pueblo hacia la revolución comunista, ya que el precedente comunista-bolchevique moviliza en su contra a los restos del ejército y a los grandes batallones de la clase obrera, fieles a la antigua de la socialdemocracia. El fracaso de la revolución de 1919 en Alemania lo demuestra: lejos de ser un elemento de movilización masiva del pueblo en Alemania, la sombra de los soviets une en su contra todo lo que queda del cuerpo de oficiales y sus enemigos jurados, los socialdemócratas. Estos viejos adversarios conservan, sin embargo, con justicia, con sus prevenciones frente a los demás: no tienen la misma visión del porvenir nacional. Pero, presos dentro de la polarización política creada por el espectro de una revolución a la bolchevique, se unen para conjurar el azar de esta aventura y permanecer como dueños del futuro.

MÁS QUE AL CAPITALISMO, HITLER LE DIO VOZ A LAS PASIONES ALEMANAS TRAS LA DERROTA. LO QUE LO LLEVÓ AL PODER ANTES QUE NADA, A ÉL PARTIDO DE TAN BAJO, A ÉL TAN IMPROBABLE CANCILLER, FUE SU CAPACIDAD PARA ENCARNAR LAS IDEAS Y LOS TEMORES COMUNES A MILES DE HOMBRES.


Editó Gabriel Pautasso
gabrielsppautasso@yahoo.com.ar
DIARIO PAMPERO Cordubensis Nº 296

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