miércoles, 19 de agosto de 2009

El surgimiento del estado fascista

“Para destruir la hegemonía de la burguesía no bastan las crisis económicas, como no basta la la ocupación del poder estatal. Todo ese sería precario, porque el dominio burgés seguiría teniendo el consenso de las clases subalternas y la burguesía reconquistaría el poder político, quizá a través de la aclamación de un jefe carismático” (César, Napoleón, MUSSOLINI).
Rafael Gómez Pérez, El comunismo latino, Eunsa NT, Pamplona, 1977, pág. 98.

“Debéis sobrevivir y mantener la fe en el corazón. El mundo, cuando yo haya desaparecido, tendrá necesidad de la idea que ha sido y será la más mediterránea y europea de las ideas.
La historia me dará la razón”.

BENITO MUSSOLINI

BENITO MUSSOLINI, (1883-29 de julio-1945, Romaña), discípulo de SOREL,y ROSSONI, prohombre sindicalista, aportaron al fascismo la idea de una aplicación sistemática de la violencia, y, al mismo tiempo, de la importancia de los sindicatos para la estructura de la vida pública. Del campo nacionalista, traída por CORRADINI, FEDERZONI, FORGES-DAVANZATI y ROCCO, entre otros, procedía la otra característica ideológica del fascismo, constituida por el concepto de NACION como una entidad supraindividual dotada de naturaleza y vida ultratemporales.
Tan importante como estas direcciones netamente definidas fue una disposición colectiva omniabarcativa en la Italia de la anteguerra 1ª , que llegó a encontrar su expresión en un movimiento innovador de las artes y de otros varios ámbitos de la vida: el futurismo. Su nota más característica era el desvió de la nueva generación hacia la amplia gama de los temas objeto de la cultura de la época: se predicaba el horror hacia la Italia colmada de museos, hasta el punto de no constituir ante los ojos de los extranjeros sino un solo y gran Museo. Especialmente la opinión de la generación joven se revolvió contra las últimas consecuencias psicológicas de la industria extranjero. La joven Italia, a partir de 1905 hasta la guerra 1914-1918, consideraba desairada la situación de su país en Europa, rebelándose contra la idea de pasar por un pueblo de porteros de hotel y guaras de Museo, concepto no muy distante del formado vulgarmente en Europa sobre los italianos. El alemán que haya viajado después de la guerra por países anglosajones y se haya percatado de la convicción reinante en ellos según la cual Alemania es exclusivamente un pueblo de químicos, músicos y filósofos idealistas, podrá imaginar con facilidad el disgusto que los italianos de antes de la guerra del “14” había de causar el sentir la atención universal orientada hacia las reliquias de su extinguida cultura, y ajena en cambio a los problemas vivos de su actualidad. Los futuristas, el grupo de artistas y literatos a cuyo frente esta MARIANETTI, pidieron en su programa de 1909 la clausura de Museos y establecimiento de escuelas técnicas; el fomento de la cultura física mediante la organización por el Estado de entidades deportivas, institución de la gimnasia obligatoria, etc.
El sorprendente impulso logrado por este movimiento indicaba la existencia de un proceso radical latente en el seno da la nación. Es indiferente caracterizarlo de una u otra manera: como concentración de la conciencia nacional, posible, al cabo de los siglos, por la restauración de la unidad política, como surgimiento de un nuevo tipo italiano, o finalmente como transformación de la misma substancia nacional, con arreglo a las leyes que todavía nos son desconocidas. Lo esencial es que ya antes de la primera guerra mundial se iniciaba la renovación que luego hubo de encontrar su expresión en el fascismo. Si antes citamos varios problemas que había de resolver el fascismo, no puede decirse que éste sea consecuencia exclusiva de aquéllos. Es particularmente errónea la creencia de ser imputables a la crisis de la postguerra de 1918 o al incremento del gran capitalismo. En cuanto a la primera, estaba ya muy atenuada cuando el fascismo llegó a alcanzar desarrollo importante. Respecto al segundo, la desventaja de Italia con relación al nivel de producción europeo no era tan grande como la de Rusia, cuya incorporación a aquél hizo necesaria una revolución tan profunda.

El fascismo cifra su principal labor en el progreso de la política social y en la organización del país con arreglo a un criterio productivista. Es oportuna en este lugar una somera referencia a la situación prefascista. Merced a la inteligencia o acuerdo entre el liberalismo radical y el socialismo moderado se votaron durante los años 1906 a 1908 leyes relativas al descanso dominical, accidentes del trabajo, trabajo de mujeres y niños y reglamentación del trabajo en determinadas industrias. Quedó, en cambio, frustrada la aspiración hacia el seguro obligatorio de enfermedad; no obstante tuvieron un próspero desarrollo las Cajas de trabajadores de enfermedad. Los sindicatos disfrutaban de hecho del reconocimiento del Estado, que parlamentaba con ellos, pero estaba por realizar su incorporación a unos organismos autónomos, formados por representaciones obreras y patronales (y deseados por éstas) cuyas decisiones obligasen a sus respectivos representantes. El fascismo disolvió simultáneamente los sindicatos socialistas y los cristianos, pero de las dos grandes agrupaciones patronales sólo desapareció la de carácter agrario. Desde luego no era ésta propiamente una organización patronal, pues a ella perteneció en determinados momentos la gran masa de pequeños proletarios agrícolas y principalmente de colonos arrendatarios, cuyo gran número acredita el carácter de empresa que tiene la explotación agrícola italiana. La “Confederazione italiana dell´industria”, fundada en 910, se mantuvo bajo la presente dirección de BENNI y OLIVETTI, ostentando hoy la representación de la industria en el sistema corporativo fascista.

*DOS TIPOS DE ANTIFASCISMO*

“Mas bien se plantea aquí el problema, bastante delicado, de las relaciones entre fascismo y postfascismo. El azionismo, o el mismo neomarxismo de GRANSCI, ¿en qué contexto deben ser considerados? ¿En el de la evolución rusa o en el de una revolución occidental posterior? Que estos movimientos quieran ver en el fascismo a su mayor adversario no significa de hecho que no se muevan en su mismo horizonte ideológico. Se me permita recordar aquí a un filósofo-poeta, GIACOMO NOVENTA, uno de los hombres más inteligentes que ha habido en Italia en los últimos cincuenta años, que fue el primero en sostener el perfecto paralelismo entre el desarrollo de la cultura inmanentismo y el proceso de disolución de Italia, que se inició visiblemente con el fascismo y continúa con el antifascismo revolucionario, porque este último depende de la misma cultura. NOVENTA explicó como este antifascismo tenía que considerar el fascismo como un delito más que como un error; y esto es precisamente porque participaba del mismo error.
Desde los contestatarios hasta ahora hemos asistido a una nueva edición, particularmente reveladora y de una virulencia nunca alcanzada hasta hoy, de la interpretación “demonológica” del fascismo. Pero lo que en esa interpretación se denomina fascismo no tiene nada que ver con el FASCISMO HISTÓRICO. Se identifica al fascismo como “represión”, PERO LA REPRESIÓN ES DESPUÉS ENTENDIDA DE FORMA QUE ENGLOSA TODOS LOS VALORES AFIRMADOS POR LA TRADICIÓN, INCLUIDOS LOS DIEZ MANDAMIENTOS.

En conclusión se puede decir que existen dos antifascismos; el que combatió al fascismo por su aspiración totalitaria, y el que por el contrario le reprocha no haber triunfado en esta aspiración. Puede parecer extraño situar a los actuales “permisivistas” en esta segunda categoría. Si reflexionamos bien, no lo es; porque una vez eliminado el principio unificador de una normativa ideal, no queda más que las voluntades arbitrarias, individuales o de grupo; y todo acaba fatalmente con el dominio de la voluntad arbitraria del grupo más fuerte. Los dos antifascismo son claramente irreductibles, sin comunicación posible; y quienes sostienen el primero, firmas en su propio intento, no pueden obviamente aceptar ninguna lección de los que proclaman el segundo.


*LA EVOLUCIÓN DEL FASCISMO*

(Naturalmente no es posible incluir aquí una historia del fascismo y sus ideas; se la puede encontrar en las obras de MICHELS, BECKERATH, y SALVEMINI).

El desencanto producido en Italia por los resultados de la victoria lograda en la guerra, y los problemas consiguientes a la desmovilización, determinaron en el país una crisis tan intensa que sus localizaciones más agudas podían ser confundidas con los primeros chispazos de una revolución social. Los ex combatientes, la población, las profesiones y la pequeña veían amenazada su existencia, unos por no hallar todos los puestos ocupados por la población no movilizada, otros por la potencia de la sindicatos en el campo económico, por los efectos de la economía propia del tiempo de guerra y por la debilidad del gobierno. Así iba condensándose en estos sectores un descontento, falto durante algún tiempo de orientación y eficacia, diversamente encauzado en las organizaciones políticas integradas por aquellos elementos. La ocupación de Fiume (que no había sido adjudicada a Italia en el Tratado de PAZ) por el poeta D´ANNUNZIO y las tropas voluntarias, marcó el despertar de una nueva VOLUNTAD e ILUMUNÓ el caos anterior.
Los socialistas que en 1915 se habían separado de su partido siguiendo la dirección de MUSSOLINI, para formar con el nombre de intervencionistas un grupo partidario de la participación de Italia en la guerra, fueron congregados por el propio MUSSOLINI – marzo de 1919 – una vez terminaba la guerra para formar el “Fasci del combattimento”. Eran pocos en número y procedentes exclusivamente del Norte de Italia, carecían de programa determinado y no eran en realidad sino uno de los muchos grupos armados en aquel entonces por la descomposición de los partidos burgueses o a expensas del socialismo. Solamente se distinguía de los restantes en la significación personal de sus jefes y en la estrecha adhesión y obediencia a ellos, en virtud de los cuales había el partido de desarrollarse hasta el momento de incorporarse a la vida del Estado.
Sin sujetarse a programa alguno, se unieron estos primeros grupos fascistas – julio de 1919 – en la liga Intesa ed azione con otros grupos liberales, republicanos y sindicalistas, bajo la aspiración común de que se constituye un “organismo económico nacional”.

Completamente independiente de los partidos o grupos y dotado de autonomía administrativa. Pedían también la destitución de todos los empleados retribuidos del Estado, de los partidos y de los sindicatos. Disuelta esta liga de tan problemática eficacia concurrió el fascismo, sin éxito, a las elecciones de fin de 1919 como partido autónomo. Al formular su programa para ellos se puso de manifiesto la primer cambio sufrido por el fascismo, que derivó desde una aspiración romántica a emancipar la vida cultural y económica con respecto del Estado, hasta una concepción puramente económica de éste. Al romper su alianza con el socialismo y comenzar el aflujo de adictos reclutados entre el capitalismo, tomó tan resueltamente el partido de la libertad económica que pudo ser calificado con toda exactitud de partido “manchesteriano”. Sin embargo, los objetivos de los líderes fascistas eran de orden político y nacional, y para el éxito final les importa menos la adhesión del capitalismo que el arraigo que en las masas obreras hubieran logrado unos sindicatos fascistas. En efecto, de haber querido construir en aquella ocasión un programa social, sin trascendencia pudiera haber sido grande frente a los contrapuestos sindicatos socialistas y cristianos. Pero a los directores del fascismo no les atraía el movimiento sindical ni la reforma social, prefiriendo en su gran mayoría un movimiento estrictamente político, que arrastrase tras sí a ambos grupos de sindicatos. Para ello éstos tenían que renunciar a su actuación política y convertirse en organismos puramente profesionales.
A esta ala del fascismo fueron incorporados los sindicatos a quienes se presentaba como elementos de cuya buena fe habían abusado los dos grandes partidos de masas, el socialista y el popular cristiano radical, que fundado en 1919 había crecido rápidamente: a fines de 1919 contaban con 1.200.000 afiliados.
De esta manera se mantuvieron contrapuestas dentro del partido fascista, en ocasiones con alguna hostilidad, la tendencia puramente política y la sindical, representada esta última por al viejo sindicalista E. ROSSONI, prolongándose esta situación durante los años 1921 a 1925 hasta conciliarse aquéllas, con predominio de la segunda, merced al logro del poder por el fascismo y del reconocimiento otorgado por las asociaciones patronales a favor de los sindicatos fascistas como los únicos representantes legítimos de la clase obrera. No es de extrañar la resistencia opuesta por el “ala política” a ello, puesto que las nuevas ideas de ROSSONI, el “corporalismo”, amenazaban a los patronos más directamente que los propios sindicatos socialistas y cristianos. El propio de los patrones estimulaba hasta cierto punto al mantenimiento de aquéllos como rivales de las organizaciones fascistas.
Según el plan de ROSSONI, los sindicatos fascistas no debían ser meras representaciones del sector obrero, sino que tenían de asociarse en cada corporación representaciones patronales y obreras de la respectiva industria. El sentido de estos organismos no había de ser ya la lucha de clases, sino el esfuerzo común hacia objetivos también comunes, sintetizados en el aumento de la producción. En la práctica, sólo consiguió este ideal una realización muy relativa: de hecho, las corporaciones quedaron reducidas a sindicatos de trabajadores, mediante los cuales extendía el fascismo sus raíces entre las masas. Ello no obstante, y aún cuando la anterior situación ha podido ser perfectamente advertida por los promotores del corporatismo, sigue siendo éste, con su ordenación de trabajadores y patrones al servicio de los intereses comunes, el sistema característico de la reglamentación fascista del trabajo. Durante los años 1926 a 1928 se llevó a efectos la articulación de una gran parte de la población trabajadora en los expresados moldes sindicales, pero manteniendo la separación entre asociaciones patronales, y obreras. Se inicia ahora el período corporativo en que la construcción primeramente imaginada por ROSSONI se realiza de distinta forma.

La tendencia casi socialista del primitivo fascismo resulta evidenciada por el programa con que acudió a elecciones de 1919. En él se incluía la extensión del derecho electoral a la mujer, la supresión del Senado, y la nobleza, el desarme internacional, el control de los Bancos, el impuesto sobre el capital, la reforma agraria y la entrega de la gran industria a las organizaciones obreras. No se satisfacía sólo con esto el fascismo, sino que suscribía todas las demandas de socialización. Cuando en septiembre de 1920 los pequeños propietarios y arrendatarios agrícolas comenzaron a explotar las propiedades incultas de los grandes terratenientes en diversas comarcas de Italia, el fascismo simpatizó con ellos, así como con la ocupación de las fábricas de Lombardía por los obreros desde el 27 de agosto al 27 de septiembre de 1920. No faltó entonces mucho para que el fascismo quedase reducido a ser un grupo socialista más. Sus jefes, salvo los de procedencia nacionalista, desinteresados de las cuestiones económicos, habían sido siempre socialistas y si en 1915 se apartaron del partido, no fue por causa de un cambio en sus convicciones, sino por creer que la intervención de su país en la guerra les daría ocasión más pronta de verlas prosperar. La descomposición interna del socialismo, su incapacidad para llevar a cabo la socialización emprendida, y el desacuerdo entre los sentimientos nacionales y las ideas revolucionarias, frustraron tal ocasión. Todavía en septiembre de 1920 anunciaba MUSSOLINI su favorable disposición respecto de todo ensayo socialista, pero añadía ya la característica restricción: “siempre que ello sea necesario, y siempre que resulte garantizada la pureza administrativa, la capacidad técnica y el aumento de la producción”.
La disidencia de los comunistas en 1921 y el fracaso de la última huelga general en agosto del mismo año, frustraron todo el porvenir del partido socialista. No dejó de contribuir a ello el error de sus jefes acerca del pensamiento de la clase media, intelectuales y empleados, que en lugar de identificarse con el socialismo, como aquéllos esperaban acudieron al fascismo, en el que por añadidura veían satisfechos sus ideales supraeconómicos. Aparte de ello, les arredraba la posibilidad del ejercicio del poder por el socialismo, sin una idea previa sobre el porvenir y la organización de la economía socialista, pues, como en otros países, poseían sobradamente los intelectuales de este matiz la teoría del socialismo, pero carecían de todo método para organizar con arreglo a ella la vida económica en un momento determinado.

Desde la primavera de 1921 se manifestó el fascismo como movimiento independiente pretendiendo excluir a los demás, y comenzó a combatir sistemáticamente, usando del aceite de ricino y de las porras de goma, a las supervivencias de período revolucionario. Antepuso a todos los demás puntos de su programa el interés de la nación y se orientó hacia tendencias de libertad económica, encomendando el impulso de las actividades de este orden a corporaciones articuladas regionalmente; patrocinó además la reversión a la iniciativa privada de las industrias y monopolios del estado: ferrocarriles, correos, tabaco y sal. Como única realización del expresado principio, fueron posteriormente concedidos los servicios telefónicos de Estado a tres compañías privadas.
E intento de atraer a las masas a los sindicatos fascistas resucitó el ansia de las reivindicaciones sociales: jornada de ocho horas, seguro de ancianidad e invalides, explotación cooperativa de ciertas industrias y reglamentación restrictiva de la gran propiedad.
Al conquistar el poder experimentó el fascismo su tercera transformación abandonando su anterior liberalismo económico. La ley de 6 de septiembre de 1923 sobre el contrato colectivo de trabajo concedió a los sindicatos fascistas – provocando la protesta patronal – una función pública, como era la de asumir la representación de los trabajadores no organizados. En lo años posteriores se llevo a cabo la anexión de los sindicatos al partido, se obligó a las asociaciones patronales a seguir el mismo camino y, finalmente, se trazó el plan de la ordenación profesional de la nación a comienzos de 1926.

Las concepciones del primitivo fascismo se oponían a la influencia del Estado sobre los ámbitos cultural y económico. Si se las compara con la realidad actual, en la que el Estado abarca todos los órdenes de la vida con excepción del religioso, se advierte lo radical de la diferencia, mas no resulta ésta inexplicable cuando se considera que la realización de las primitivas concepciones del fascismo presuponía la existencia de un Estado capaz de realizar siquiera los pocos fines que le habían dejado: seguridad exterior, orden interior, aseguramiento de las posibilidades productoras. Mas en los comienzos del fascismo era sólo hipotética la existencia de tal Estado. Los gobiernos en rápida sucesión a merced de las votaciones del Parlamento, presenciaban pasivos la emancipación que de hecho se atribuían ciudades enteras respecto del Estado, así como la ocupación de tierras y fabricas, atreviéndose a lo sumo a ofrecer su “mediación”. El propio GIOLITTI, que había aspirado a recobrar el dominio de la situación, sembrando entre sus adversarios la discordia, fracasó y hubo de abandonar el poder. En tanto, el fascismo había llegado a la deducción de que el logro de sus ideales presuponía el poder político. En su primera etapa confió en depurar y ordenar todos los ámbitos de la vida mediante la creación de un Estado dentro del Estado. En la segunda, rechazando ya “aquella especial concepción de la democracia, análoga a la de un clan prehistórico” (ALFRED WEBER), admitió, sin embardo, la posibilidad de colaborar con los antiguos grupos políticos. Finalmente, en la tercera, quedó el fascismo tan estatizado como el Estado impregnado de fascismo. Una nueva doctrina del Estado sujetó a la influencia de éste todos aquellos sectores de la vida que originariamente con tanto ahínco se había querido preservar de ella.
Precisamente estos cambios en los órdenes político, social y económico ponen de relieve una realidad cuya importancia nunca quedará subrayada con exceso al estudiar y analizar para comprensión el Estado fascista, tan arraigado en la actualidad de los años veinte, treinta y cuarenta.
El fascismo, en el que coincidían los excombatientes de la Primera Guerra Mundial y las juventudes de postguerra, bajo la jefatura de BENITO MUSSOLINI, masón, maestro primario, periodista, cabo de ejército, era un movimiento no reflexivo, sino instintivo. Poseía programa y fines u objetivos, pero no fundaba en ellos su existencia, sino que los utilizaba como instrumentos renovables discrecionalmente en su actuación. No era sólo fe, entusiasmo y acometividad lo que allí había sino que – dato que siempre habría de tener presente quienquiera que se sintiese movido a seguir el ejemplo fascista – todos los directivos del fascismo, no obstante su juventud, poseían una larga formación intelectual, marxista en unos, sindicalista en otros, hegeliana o simplemente sociológica.

*Estas páginas fueron elaboradas por una bibliografía que trae el libro de ERNST WILHELM ESCHMANN, “El Estado fascista en Italia”, traducción de Rafael Luengo Tapia, Editorial Labor, Barcelona, 1931, 227 páginas.


Editó Gabriel Pautasso
gabrielsppautasso@yahoo.com.ar
DIARIO PAMPERO Cordubensis nº 257

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